sábado, 16 de diciembre de 2017

El olvido que destruye nuestro pasado



Pensar en Cantabria, para muchos foráneos, evoca la imagen de las vacas y los verdes prados. Vacas que, a día de hoy, todavía son numerosas, verdes prados que son más dudosos. El cambio climático está afectando al bucólico paisaje cántabro. Ahora bien, si nos adentramos en el paisaje de Cantabria podremos ver que tiene algo más que verdes prados y bonitas montañas. Si hacemos un recorrido por la geografía cántabra, nos sorprenderán los numerosos restos de las explotaciones mineras que existen en esta región, muestra de la innegable riqueza en recursos minerales que tiene esta tierra.


Cantabria no es, ni ha sido, una comunidad dedicada exclusivamente a la ganadería y a la leche. Es más, Cantabria, es una de las regiones donde su riqueza en recursos minerales ha dado lugar a un increíble patrimonio para el conocimiento de los inicios del hombre. Hablamos de la Cueva de Altamira, la Capilla Sixtina del arte paleolítico, cuyos bisontes tienen el color rojo que el hombre primitivo supo extraer de la tierra, de ese mineral llamado “ocre rojo”. Podíamos hablar de un hombre primitivo “minero”, un primer hombre en aprovechar un recurso mineral.

Entrando en Cantabria por los Picos de Europa, nos encontramos con las numerosas bocaminas que surcan las montañas calizas de estos Picos entre el antiguo Lago de Andara y el Canal de San Carlos, además del entorno de los Puertos de Aliva, restos de una intensa explotación minera de mediados del siglo XIX que adquiere su máximo auge entre 1908 y 1918, con la actividad de varias compañías que hacia 1919 se aglutinaron entorno a la “Real Compañía Asturiana de Minas”. Las minas de las Mánforas, en Aliva y las Minas de Andara son los principales exponentes de esta actividad minera.

Si desde el oeste nos acercamos hacia el centro de Cantabria, existen restos de explotaciones mineras en Herrerías, Casamaría o Cabanzón. Y próximos a ellos nos encontramos con las llamadas Minas de La Florida, al pie de la Sierra de Arnero. En la actualidad esta zona es más conocida como la ubicación de la Cueva de El Soplao, famosa por sus maravillosas excéntricas. El verdadero pueblo de La Florida, fue un auténtico poblado minero, con capilla, escuela, lavadero, polvorín ydel que, en la actualidad, no se conserva más que restos de casas derruidas y un transformador que delata la relación con las minas del entorno. En lo que realmente conocemos como el pueblo de La Florida, cuyo nombre era Caviña, hasta hace pocos años se podían encontrar desde tolvas de descargue del mineral, hasta los restos de las instalaciones del lavadero. En pie, y habitadas, continúan las antiguas viviendas, el hospital, las oficinas y otras instalaciones mineras con diferentes usos a los originales. Por todo el monte se encuentran los vestigios de estas explotaciones: zanjones de la explotación La Florida (la más antigua), galerías de La Isidra (actual entrada de la Cueva El Soplao), el castillete de Lacuerre (pozo de profundidad 167m), el socavón de La Plaza del Monte y el de Cerecero.

Y si de lo que fue el Grupo Minero La Florida, pasamos al municipio de Udías, encontramos un gran número de zanjones como pequeñas explotaciones a cielo abierto que recorren la superficie y que, hace dos siglos, eran un bullicio de hombres ebrios de la fiebre minera que embargaba toda la zona. Galerías, pozos, lavaderos, talleres, almacenes, infraestructuras, viviendas obreras, hospital, economato y un embarcadero en Ontoria, fuera del municipio, constituyen las señas de identidad de una actividad que arranca hacia 1856 y termina en 1932, para posteriormente ser retomada en los años 50 y finalizar en los 70. El mejor y mayor exponente de la fiebre minera de esta zona lo constituye una construcción de singular belleza, símbolo de la minería subterránea: El “Pozo del Madroño”, actualmente en completo abandono.

Siguiendo la ruta, y relacionado con la extracción del mineral en las Minas de Udías, nos encontramos con el embarcadero ferroviario de Ontoria, estación de descarga del cable aéreo que arranca en las inmediaciones de las minas de Udías. En la actualidad, una monumental estructura abandonada.

Hacia el sur de estas explotaciones, la minería se vuelca en la explotación de un mineral industrial: la sal común. El máximo exponente se encuentra en el denominado Pozo Mina-Tresano (Cabezón de la Sal), castillete de madera construido en 1949 por la empresa Solvay para la explotación de la sal. Las explotaciones de sal en Cantabria se remontan al año 900, teniendo su mayor auge a comienzos del siglo XX y cerrándose definitivamente en 1982. En la actualidad, las explotaciones de este mineral se encuentran en Polanco, donde la empresa Solvay tiene pozos de extracción que datan de 1976.

Nuestro recorrido nos lleva a la mayor explotación de zinc de Europa: la Mina de Reocín. Ubicada entre los municipios de Cartes y Reocín, este tesoro oculto en la Tierra, permitió el desarrollo y enriquecimiento de las poblaciones próximas: Torrelavega, Cartes, Puente San Miguel. Casi 150 años de minería, generaciones de abuelos, padres e hijos, han quedado reducidos a un gran lago, consecuencia de una magnífica restauración del terreno por parte de la empresa explotadora, y a un castillete, el Pozo Santa Amelia e instalaciones mineras. Un pozo, construido en 1936, en abandono desde que la mina cierra en el año 2003 y cuya estructura se eleva elegante hacia el cielo, ya oxidada por el olvido, recordando a todos aquellos que, a lo largo de la historia de esta región, convivieron en las profundidades para ganarse el pan que llevaban a casa. De entre los castilletes que podemos encontrar en nuestra región, el más importante es este, el Pozo Santa Amelia, por ser el que permitía bajar a mayor profundidad (casi 400m) y el que mantuvo en funcionamiento la explotación del recurso minero de zinc más importante que ha tenido Europa. Al sur de esta mina, se encuentran bocaminas que acceden a la explotación minera conocida como Mercadal, explotada inicialmente por los romanos. Esta explotación tiene actividad importante hacia mediados del siglo XIX finalizando en 1936, y siendo retomada en 1955 por la empresa Minas de Mercadal S.A. hasta 1978. En la actualidad, una profusa vegetación oculta las señales de la explotación que fuera telón de fondo de la novela Marianela, de Benito Pérez Galdós.

De Torrelavega hacia el noreste, nos encontramos con las minas de hierro del entorno de Peña Cabarga. Insólito lugar, “formidable montaña de hierro” denominada por Plinio, explotada por los romanos, donde en el Pozo Mina Crespa fue hallado el famoso “Caldero de Cabárceno”, pieza fechada entre los años 960 y 1000 a.C. En la actualidad, el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, se ha convertido en el símbolo de la rehabilitación de un espacio minero, manteniendo la belleza del paisaje geológico y los restos de la antigua explotación.

Más hacia el este, La Cavada (Riotuerto) sorprende con la existencia de una antigua bocamina entre eucaliptales. Otra explotación de zinc en funcionamiento a mediados del siglo XIX y en la actualidad abandonada.

Al final de este recorrido de oeste a este de la región, encontramos la explotación de hierro de la mina Dícido (Castro Urdiales), cuyos inicios se remontan a 1874. Una estructura formada por un gran pilar realizado en piedra de sillería soportando una estructura de hierro en voladizo, destaca en la costa. Es el cargadero de mineral de la mina de Dícido, su construcción data de 1938, el único que se conserva de los seis que existieron en el entorno de Castro Urdiales.

El sur de Cantabria, no tiene minería metálica en zinc, sólo la mina de cobre de Soto de Espinilla, pero sí minería de carbón. La explotación de los lignitos de la zona del Embalse del Ebro, en Las Rozas de Valdearroyo, tiene sus inicios a finales del siglo XVII, y su máxima actividad a mediados del XIX cuando Telesforo Fernández impulsa la industria del vidrio en la zona, convirtiéndose en el primer fabricante español de vidrio, aprovechando los magníficos depósitos de arenas silíceas hoy sumergidos bajo las aguas del embalse del Ebro y explotadas en la actualidad mediante dragas, en la vecina localidad burgalesa de Arija. Parcialmente restauradas, quedan en la zona restos de instalaciones mineras para explotación del lignito así como chimeneas de ladrillo relacionadas con la fabricación de vidrios.

A mediados del siglo XIX, Cantabria era un ir y venir de carretas transportando  mineral que salía de sus minas. Gentes venidas de otras regiones próximas, se asentaron en la nuestra, llamados por la fiebre minera de esta época, compartieron duro trabajo, alojamiento, crearon hogares y enriquecieron pueblos.

Un día el mineral se agotó, las minas cerraron y cada uno tomó su rumbo. Pero durante mucho tiempo en el recuerdo de todos quedó el bullicio de la minería, la riqueza de una región, las historias de muchas gentes y ahora, las siguientes generaciones, dejamos que esa parte de la historia se oxide por el olvido, se destruya como si fuera algo viejo, ajeno a nosotros, algo que estorba porque ya no tiene uso, cuando son paisajes creados por el hombre que han cobrado nueva vida y que han modelado nuestro entorno.

¿Por qué no entendemos que esas estructuras forman parte de la historia de nuestra región, de nuestra historia?. Si conservamos con orgullo nuestro patrimonio histórico, ¿Por qué dejar que se derrumbe nuestro patrimonio minero si fue tan importante para nuestros abuelos?. De la historia se aprende, el olvido destruye nuestro pasado.


Ángela Lavín, Laura Barquín

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